Me encanta leer. De todo, por cierto.
Me fascina aprender y los libros son una herramienta útil para ello. Desde educación, planificación, crecimiento personal hasta alguna novela, intento al menos hacer una lectura diferente cada mes.
Aparte de mis lecturas mensuales, me he embarcado en un libro maravilloso para hacer una lectura más pausada y reflexiva durante todo este año que tenemos por delante.
Se trata de “La Historia”, la Biblia en un relato ininterrumpido acerca de Dios y su pueblo, organizada cronológicamente por los autores Max Lucado y Randy Frazee, desde Génesis hasta Apocalipsis y en treinta y un capítulos.
Esta es una historia diferente, la mejor de todas, en la que los poemas y enseñanzas de la Biblia se leen como si estuvieras sumergido en una novela y “como toda buena historia, la Historia también está llena de intriga, drama, romance y redención” (acotación en cubierta trasera del libro).
Pues bien, apenas comencé la lectura mis ojos se clavaron en la página tres, en la descripción acerca de toda la obra creadora de Dios:
“Al llegar el séptimo día, Dios descansó porque había terminado la obra que había emprendido. Dios bendijo el séptimo día, y lo santificó, porque en este día descansó de toda su obra creadora. Ésta es la historia de la creación de los cielos y la tierra”
Al llegar el séptimo día Dios descansó y lo hizo porque había terminado la obra que había emprendido.
Otro verso bíblico reza así:
“Pues somos la obra maestra de Dios. Él nos creó de nuevo en Cristo Jesús, a fin de que hagamos las cosas buenas que preparó para nosotros tiempo atrás.” (Efesios 2.10)
Dios nos escogió de antemano para caminar en las obras que preparó para nosotros, ¡nosotros!, es decir, el ser humano, nada más y nada menos que Su obra maestra, la corona de la actividad creadora de Dios o, usando una metáfora un poco más coloquial, la guinda del pastel de toda la creación.
Esta fue la primera creación.
Pero hay una segunda: en “Cristo Jesús”, ¿qué significa esto? ¿Me estás diciendo que hemos sido creados dos veces?. Sí y no.
Antes de que en tu cabeza se produzca un cortocircuito, quiero hablarte acerca de un hombre llamado Nicodemo, muy entendido en los asuntos de la religión, el cuál se quedó a cuadros cuando Jesús le dijo estas palabras:
—Te aseguro que el que no nace de nuevo, no puede ver el reino de Dios.
Nicodemo le preguntó:
—¿Y cómo puede uno nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso podrá entrar otra vez dentro de su madre, para volver a nacer?
Jesús le contestó:
—Te aseguro que el que no nace de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que nace de padres humanos, es humano; lo que nace del Espíritu, es espíritu. No te extrañes de que te diga: “Todos tienen que nacer de nuevo.” El viento sopla por donde quiere, y aunque oyes su ruido, no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así son también todos los que nacen del Espíritu.
Nicodemo volvió a preguntarle:
—¿Cómo puede ser esto?
Y un poquito más adelante Jesús le volvió a contestar:
… Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para salvarlo por medio de él. El que cree en el Hijo de Dios, no está condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado por no creer en el Hijo único de Dios
La segunda creación en el ser humano sucede en el momento preciso en el que creemos en el Hijo de Dios, en Jesús, concretamente en que Él murió en nuestro lugar y por nuestros pecados en la cruz, y a la vez, nos arrepentimos de lo que hasta ahora hemos hecho mal.
Pero si yo no peco… quizás estés pesando.
Por favor, permíteme explicarte el concepto “pecado”. Literalmente pecado significa errar en el blanco, fallar en el centro diana, no estar atinado en el centro de la voluntad de Dios.
Es decir todo aquello que se desvía del centro de la voluntad de Dios se denomina pecado.
Por tanto, pecadores somos todos, no nos libramos ni uno, unos más, otros menos, pero al fin y al cabo todos y la biblia es categórica en esto:
“por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3.23)
“Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre (Adán), y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Romanos 5.12)
A lo que iba.
En ese mismo momento, en el que creemos y nos arrepentimos, nacemos a una nueva vida y sucede el milagro de la segunda creación.
Es cuando entonces la voz de Dios viene a nuestras vidas para decirnos, ahora, a través del sacrificio de mi Hijo eres mi nueva obra Maestra, creada para buenas obras que yo había preparado antes de que aún nacieras para que camines en ellas.
¡Guauuuuuu!!!!
En la era de la multitarea tecnológica, quizás esto no te suene demasiado relevante.
Pero escucha, no estás llamado solamente a tachar los “to do” de tu agenda, o los “task” cotidianos de tu trabajo, casa o familia.
Dios, en su Sabiduría, te ha preparado para una tarea especial.
Sólo hay una condición.
Tienes que nacer de nuevo.
Tienes que volver a dejarte crear por Él.
Tienes que dejar de errar en el blanco y sacrificar todo aquello que no se ajuste en el centro de la diana divina.
Si eres valiente en decidirte, de la misma forma que sobre el primer hombre y la primera mujer Dios sopló un hálito de vida, Dios también soplará sobre ti. Será una brisa de gracia, amor, consuelo y esperanza inconmovible.
No hay mejor satisfacción que la que sientes cuando un proyecto que te has propuesto realizar, lo culminas. ¿Has experimentado esto alguna vez? El primero que tuvo esa sensación no fue un hombre, fue Dios mismo al crear al hombre.
Después de dar Su toque a este caótico mundo, desordenado y vacío, trayendo luz, color, creatividad en movimiento, culminó su tarea esculpiendo al hombre del barro y formando de su costilla a la mujer (por cierto, de al lado de su corazón y no de sus pies, para que no fuera pisoteada por él o aplastada por el machismo, sino amada y copartícipe con él en la administración de toda la creación).
Y cuando sopló la vida sobre ellos, el hombre respiró y Dios descansó.
Su obra fue perfecta. No faltó detalle. Había terminado. Se finish.
El descanso de Dios no fue tirarse a la bartola en un sillón de oro en el cielo. Su descanso fue de tipo recreativo, el de admirar y contemplar, el de deleitarse en la obra diseñada previamente, tal y como cualquier arquitecto haría después de finalizar un edificio, o cualquier artista al culminar su escultura, pintura o pieza musical o teatral.
¿Y tú? ¿No piensas que sería maravilloso tener esa misma sensación?
¿Y si te animas a caminar conmigo en las obras que Dios preparó de antemano para caminar en ellas?
¿Y si nos embarcamos en la empresa de Dios?
¿Y si somos valientes para decidirnos por Jesús y ser transformados en recipientes a través de los cuáles el hálito de Dios se contagie a otros y su nueva creación se haga latente en vidas desesperanzadas o sin rumbo?
Lo mejor de todo es que cuando culmines tu proyecto de inspiración divina te encontrarás henchido de la satisfacción más grande que se pueda experimentar en la vida, a tal grado… que te sentirás preparado para partir.
No me asustes. No te asusto.
Podrás mirar a la muerte sin temor, dejarás este mundo en paz y cuando te adentres en el nuevo y te encuentres con Él te recibirá con alegría y sus labios pronunciarán estas palabras en exclusiva para ti:
“Muy bien… ya que fuiste fiel en lo poco, te pondré a cargo de mucho más. Entra y alégrate conmigo (Mateo 25.21).
Dios te bendiga.
Vanessa Rozas.
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