«Deleítate en el Señor y Él te concederá los deseos de tu corazón», dice el Salmo 37:4.
Es una promesa de la Biblia que al leerla, recién levantados y tras un café cargadito puede darnos un subidón tremendo.
¡Él me concederá los deseos de mi corazón!. ¡Como son pocos!
Jesús dijo también en cierta ocasión: «y todo lo que pidiereis en oración, creyendo, lo recibiréis» (Mateo 21:22) GUAUUUU!… ¿todo?, ¿en serio?.
Con estas invitaciones podríamos entonces disponernos a realizar el siguiente ejercicio de visualización: escoge un lugar tranquilo donde puedas estar en silencio y en soledad. A continuación siéntate cómodo, cierra los ojos, haz unos cuantos ejercicios de respiración para relajarte y dejar tu mente en blanco. Ahora, comienza a imaginar el futuro de tu vida: el trabajo que siempre has anhelado, la economía en la que te gustaría sumergirte, la casa de tus sueños, la familia de la que deseas ser parte… y comienza a pedirle a Jesús. Él está dispuesto a dártelo todo si tan sólo crees.
¿De verdad?
No, claro que no. Siento defraudarte. Esto no es un cheque en blanco.
La invitación primaria es a deleitarte en el Señor. Esto es, aprender a estar cerca de su corazón, a desarrollar el hábito de la oración íntima y diaria.
Deleitarte en Él es adentrarte en el latir del corazón de Dios, en el sonido del pulso de su voluntad, en el arte de discernir lo que a Él le apasiona. Es aprender a rendir nuestra voluntad a la suya. A entregárselo todo, aún la forma que mi futuro tome en los próximos años.
Entonces, y sólo entonces es cuando estoy preparado para pedir, para pedir bien. Porque todos podemos pedir, pero muy pocos saben hacerlo bien : «Aún cuando se lo piden, tampoco lo reciben porque lo piden con malas intenciones: desean solamente lo que les dará placer». (Santiago 4.3).
Así que, si de verdad quieres pedir bien, HAZ UN ALTO EN EL CAMINO y antes de diseñar la vida de tus sueños y luego traérsela a Dios para que te otorgue «su bendición», deja que Él te muestre el boceto previamente, adéntrate en su corazón, en lo que a Él le da placer, en aquello que es su perfecta voluntad para ti.
Y finalmente disfruta del milagro: sus deseos se habrán convertido en los tuyos, estarás preparado para pedir bien y capacitado para ser sorprendido por Dios.
«Que toda la gloria sea para Dios, quien puede lograr mucho más de lo que pudiéramos pedir o incluso imaginar mediante su gran poder, que actúa en nosotros» (Efesios 3.20)»
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